Manuel Martín se sumergió en el estudio de disciplinas tan diversas como economía, periodismo, teología y metafísica, estas últimas en su búsqueda de la fe perdida y de Dios. Precisamente, en su afán de ahondar en todo lo que tenía que ver con la religión que lo bautizó, lo llevó a ordenarse como ministro de la iglesia, aunque nunca ejerció como tal. El propósito era comprender las religiones y su relación con el mundo espiritual desde dentro, obteniendo información de primera mano. Lamentablemente, sus temores se confirmaron al constatar que religión y espiritualidad eran como el agua y el aceite o como perro y gato. Por mucho que intentasen mezclarlas era imposible homogeneizarlas y que saliera una combinación armoniosa, por lo que discurrían totalmente separadas, cada una por su lado. También vio que no era un problema “físico”, más bien “conveniente”. Observó que la religiosidad se limitaba, a veces inconscientement...