Manuel Martín se sumergió en el estudio de disciplinas tan diversas como economía, periodismo, teología y metafísica, estas últimas en su búsqueda de la fe perdida y de Dios. Precisamente, en su afán de ahondar en todo lo que tenía que ver con la religión que lo bautizó, lo llevó a ordenarse como ministro de la iglesia, aunque nunca ejerció como tal. El propósito era comprender las religiones y su relación con el mundo espiritual desde dentro, obteniendo información de primera mano.
Lamentablemente, sus temores se confirmaron al constatar que religión y espiritualidad eran como el agua y el aceite o como perro y gato. Por mucho que intentasen mezclarlas era imposible homogeneizarlas y que saliera una combinación armoniosa, por lo que discurrían totalmente separadas, cada una por su lado. También vio que no era un problema “físico”, más bien “conveniente”.
Observó que la religiosidad se limitaba, a veces inconscientemente, guiada por una especie de hipnosis colectiva, a la mera ejecución de actos de "cara a la galería". Es decir, consistía en aparentar ser una buena persona a los ojos de la sociedad que lo observaba. Se dio cuenta de que asistir al culto en la iglesia y rezar de forma automática no proporcionaba, ni proporciona, realmente el alimento espiritual como nos han hecho creer. El momento más “trascendental” de la misa es cuando piden dinero y ofrecen la absolución de los pecados.
Contribuyendo de esta manera, se percató de que los feligreses salían de misa con la sensación de haber cumplido con su deber religioso, como si estuvieran pagando por su libertad condicional mientras esperaban el juicio final, siempre bajo la constante vigilancia de la iglesia, que los “obligaba” a seguir los protocolos de su fe impuestas por la religión.
Por esta razón, advirtió que los rituales de las liturgias se convirtieron en una mera parafernalia para cumplir con los cánones de la religión a la que uno está afiliado, pero nunca en un camino de elevación espiritual hacia el Dios de cada religión. Eran simplemente formalidades para cumplir con las tradiciones religiosas, pero solo a nivel social, no espiritual.
Mientras tanto, también se percató del comportamiento de la sociedad, especialmente el de las nuevas generaciones. En este sentido, notó una profunda y notable división. Por un lado, estaban aquellos que abrazaban con fervor una nueva religión, el capitalismo, y se comportaban de manera totalmente contraria a lo que se esperaba de un “buen creyente”. Lo curioso es que “pecaban” con la certeza de que estaban haciendo el bien, que actuaban de manera correcta porque así lo aprendieron del nuevo dogma capitalista. Los siete pecados capitales formaban parte de su nuevo credo y, por tanto, eran válidos como guía de comportamiento. Por otro lado, estaban aquellos que sufrían las dificultades del nuevo orden establecido y buscaban refugio en aquello que las religiones no les proporcionaban: la espiritualidad.
Así, a lo largo de su búsqueda y reconexión con Dios, Manuel pudo observar los entresijos de las religiones, los cuales plasmó en el libro que precede a este: "Cómo reconecté con Dios". Este conocimiento dio paso a otro igual de fundamental: el porqué la sociedad, al menos la moderna, ya no cree en las religiones y avanza por sí misma, incluso de la mano, hacia la espiritualidad y el descubrimiento de Dios.
“CONEXIÓN DIRECTA CON DIOS: DEL VACÍO DE LAS RELIGIONES A LA TRASCENDENCIA DE LA ESPIRITUALIDAD” aborda la transformación social que surge de la merma de valores en muchas religiones ortodoxas y la falta de respeto o consideración de buena parte de la sociedad hacia la creación de Dios: el planeta y los seres vivos, debido, precisamente, a esa carencia de valores y a una teología religiosa mal enfocada.
El libro plantea que las religiones institucionalizadas tradicionales, que históricamente han monopolizado las búsquedas de trascendencia, están perdiendo poder y relevancia. En su lugar, están surgiendo nuevas formas de conexión espiritual por fuera de las estructuras convencionales que, curiosamente, abrazan postulados renegados por muchas religiones mayoritarias, so pretexto de ser contrarios a la Palabra de Dios o directamente apócrifos.
El desencanto con el dogmatismo, los escándalos y la percepción de hipocresía en muchas religiones convencionales, parece estar orientando a porciones considerables de “creyentes”, especialmente entre sectores más jóvenes y urbanos, a explorar sistemas espirituales alternativos que les resultan más convincentes y significativos para sus vidas.
Y es que, imponer códigos morales sin proveer herramientas para una comunión trascendental con Dios, puede dejar un vacío existencial. Las normas se asumen por obligación, mas no por un genuino brote de bondad desde adentro.
Son varios los factores que parecen impulsar este cambio. Por un lado, hay una percepción general de que muchas religiones ortodoxas no han logrado transmitir adecuadamente valores humanos fundamentales como la bondad, la solidaridad, la equidad y el respeto por toda vida. Sus teologías se perciben cada vez más como excluyentes y deshumanizantes. Además, se critica que el enfoque doctrinario ha estado más orientado a moldear conductas externas que a cultivar la dimensión espiritual interna de las personas.
Por ello, hoy vemos un gran resurgir de la espiritualidad libre de religiones orgánicas; la búsqueda sincera del encuentro personal con la Fuente de todo cuanto existe. Quizás de una conexión más auténtica con lo Divino que trascienda las doctrinas y llegue al corazón, fluya naturalmente una moral superior.
Muchos buscan respuestas en la astrología, la alquimia, sociedades secretas, textos gnósticos atribuidos a autoridades bíblicas pero externos al canon, profecías mayas u otros corpus que habían sido previamente descartados por su heterodoxia, pero que ahora encuentran receptividad creciente ante el vacío percibido en las cosmovisiones teológicas tradicionales.
Estamos presenciando un despertar de conciencia en el que las personas no solo rechazan los dogmas de las distintas religiones, sino que también buscan en la espiritualidad el fundamento de su nueva fe y la practican. La bondad, la solidaridad, la empatía y el respeto por la creación divina son valores fundamentales que caracterizan esta nueva religión.
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